lunes, 29 de diciembre de 2008

Sólo para escritores

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Astronomía para poetas

Qué mal nos podemos llegar a sentir si después de buscar afanosamente las palabras justas para enhebrar un poema, alguien nos dice que es inexacto, que lo que escribimos es erróneo en algún sentido. Por supuesto no podemos conocer todos los temas a fondo, pero cuanto más sepamos, mejor.
Hoy vamos a aprender algo de astronomía, algunos de los errores más comunes que se cometen al mencionar los fenómenos celestes.

1) Veamos este verso:

A veces recalo en tus ojos
Apoyo mi alma en tu alma
Sigo detrás de esos luceros
Dejando mi norte en tu calma.

No hay dos luceros. Hay uno solo y es el planeta Venus que se puede ver alternativamente a la tarde o a la mañana. Si lo miran con un prismático (con un telescopio, mucho mejor) verán que tiene forma de medialuna.
Una forma más correcta sería:

A veces recalo en tus ojos
Apoyo mi alma en sus niñas
Sigo detrás de ese lucero
Cuando cómplice me guiñas.

2) Aquí otro caso:

En rincones inesperados
Mi infancia sabe esconderse
Quiero asirla, pero la siento
A años luz de mi presente.

El año luz no es una medida de tiempo sino de distancia. Es la distancia que recorre un rayo de luz en un año. Equivale a 9.600.000.000.000 kilómetros.
Podría quedar así:

Mi infancia sabe esconderse
En rincones inesperados
Quiero asirla, pero la siento
A años luz de mis manos.

3) Este es otro ejemplo:

No queda después de tu amor
Cosa imposible ninguna
Ver ángeles en el cielo
O el lado oscuro de la luna.

No hay que confundir el lado oscuro de la luna, el que en un momento está en sombras, con el lado oculto, que es el que no podemos ver. Igualmente un 14 % de su superficie se muestra en algún momento debido a las libraciones (movimientos de oscilación).
Corregido quedaría:

No queda después de tu amor
Cosa imposible ninguna
Ver ángeles en el cielo
O el lado oculto de la luna (el de atrás).

No me pidan diplomas ni certificados de astronomía porque no se los puedo dar. No obstante les permito mencionar el curso y algún agradecimiento en la portada de sus libros de poemas. Hasta la próxima.
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viernes, 26 de diciembre de 2008

Pequeños momentos

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Desconozco si hay un momento preciso en que se acaba la infancia. Pero estoy seguro que dejando la escuela primaria ya empieza a ser parte de nuestros recuerdos.
Esta etapa de la vida de mi hija Iris está colmada de pequeños momentos, que seguramente se parecen a los de ustedes, y que hoy quisiera compartir:

Mi emoción cuando fuiste abanderada en Jardín.
Tu primer día de guardapolvo blanco.
Tu orgullo mostrándome los cuadernos.
Tu nombre escrito con la R al revés.
Tus ojitos que me buscaban a la salida de la escuela.
La campera siempre olvidada en el aula.
Las salidas apuradas para no llegar tarde.
Las llegadas tarde
Las golosinas buscadas en la guantera del auto.
Tu frase “ya me lo comí”.
Los viajes a la escuela contándonos chistes.
Los que cantábamos canciones de la radio.
Los que tocabas el violín y todos nos miraban.
Los conciertos de flauta dulce.
“Escuchá Papá la canción nueva que saqué”.
Tu mirada buscando mi presencia en los actos escolares.
Tu hermosa letra redonda, a veces.
Tu curiosidad, siempre.
Tu espontánea redacción.
Tus increíbles faltas ortográficas.
Los materiales de Tecnología, preparados de apuro la noche anterior.
El comedor, la vianda, el comedor, la vianda.
Tu ropa especial el día de la foto.
La maestra Mariana que quisiste tanto.
Tu amiga entrañable Diana.
Los pijamas parties.
Los pijamas parties con películas de terror.
Los fines de semana con alguna de tus amigas en Claypole.
La abuela Yeli queriéndote enseñar francés.
La abuela Elisa queriendo que vayas peinada.
Tu valentía en las primeras vueltas sola en colectivo.
La vez que te bajaste mal y te perdiste.
El suave tránsito de la ropa que te poníamos a la ropa que elegís.
Tus etéreos pasitos de ritmo tecno.
Tus toques jugando al volley.
Tu pañuelo de San Clemente.
Las primeras salidas al Abasto con tus compañeros.
Las imperdibles fiestas en la escuela.
La vez que hicieron una exposición de alimentos.
Las reuniones de entrega de boletines con tareas para padres e hijos.
La alegría del final de clases.
La emoción del reencuentro en marzo.
La interminable cuenta regresiva del viaje de egresados.
Tu vergüenza de vender rifas.
El día de hoy, que terminás tu escuela primaria.

5 de diciembre de 2008
Leído en el acto de finalización de clases del Normal 1.

martes, 2 de diciembre de 2008

Olores

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Una rueda siempre
huele a camino recorrido.

Huele a arcillas húmedas
de una llovizna reciente,
a pavimentos aceitosos
ablandados al calor del sol.
A estaciones de servicio
sucias de combustible derramado.
A olvidados hoteles de ruta
con patios gastados a lavandina.
A ciudades alejadas
atravesadas al mediodía
en la ceremonia sincronizada
de cacerolas sobre el fuego.

La rueda no se detiene en los olores
los lleva como semillas
que germinaran en lugares distantes
despertando, tal vez,
involuntarios recuerdos de un viaje.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Sutil exquisitez

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Uno de los lugares preferidos por las empresas de producción de largometrajes de todo el mundo que vienen a filmar a Buenos Aires, es el puente de hierro de calle Ituzaingo. Construido sobre las vías del Roca a cinco cuadras de la estación Constitución, se conserva aun en perfecto estado con sus vigas unidas a remaches y su calzada empedrada.
En marzo del 2007 filmó allí parte de su película “Sur le Pont” Philipe Lagrange, un director de cine francés de temáticas un poco encriptadas, pero con muchos seguidores.
Había preparado el escenario-puente para varias secuencias que se irían intercalando a lo largo de la película. En algunas la pareja protagónica hablaba, en otras discutía y en otras sólo se miraba.
A pesar de todas las precauciones tomadas durante el rodaje, se cruzó en la escena uno de los travestis que habitualmente espera clientes en esa esquina. Lo hizo en el otro extremo del puente, por detrás. Ni el director ni los asistentes lo vieron en ese momento, aunque sí días más tarde, cuando se reveló la película. De haberse hecho en forma digital y revisado en el momento, se hubiera hecho una retoma, pero Lagrange consideró que no valía la pena dedicar otro día a repetir esa escena.
La película se terminó y se estrenó en Paris en el mes de agosto.
La historia que en ella se relataba, era la de una joven pareja unida por un amor muy visceral, signado por continuas rupturas. El puente era el símbolo, el lugar de unión y desunión. El travesti local, devenido en extra, aparecía en la última, donde sin mucha explicación la pareja se besaba para luego separarse. Entonces cámara se alejaba y el tema musical de fondo daba ingreso a los títulos del final.
No tuvo, a pesar de la expectativa, buenos comentarios de la crítica y el público decayó en pocas semanas. Estaban por retirarla de cartel cuando sucedió algo inesperado.
Monsieur Chercheur, crítico de Le Monde y seguidor de Lagrange, después de ver varias veces la película, publicó en una nota de página destacada, el descubrimiento del verdadero sentido de esta obra genial. El protagonista deja a su pareja porque decide asumir su homosexualidad. Varios indicios escondidos a lo largo del film lo predicen, pero lo confirma el fantástico final donde un travesti cruza la imagen como el alter ego del protagonista, una sutil exquisitez.
A partir de ese momento las salas volvieron a llenarse y “Sur le Pont” tuvo el éxito merecido.

viernes, 28 de noviembre de 2008

EL Libro de los Talleres III

El último viernes en el museo Mitre de San Martín casi Corrientes, la editorial Dunken hizo la presentación de “El Libro de los Talleres III”. La idea de esta serie de libros es mostrar lo que se está escribiendo actualmente en los talleres literarios de todo el país. Cruzagramas, al cual pertenezco, fue invitado a participar y se incluyó un texto de mi autoría. Éste es “Conversaciones” y puede encontrarse más abajo en este Blog.
Fue muy emocionante para mi participar con todo el grupo de esta presentación y que me acompañaran mis hijas Iris y Mailén. También fue emotivo que hayan elegido mi texto para ser leído en el acto.
Deseo agradecer por este medio a la editorial Dunken por apostar a este proyecto y a Sebastián Barrasa de Cruzagramas por haberme elegido para participar y por poner su empeño para que todo saliera a la perfección.El libro, de una edición muy prolija, ya está a la venta.
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En la foto: Iris y Mailén (mis hijas), yo, Sebastián Barrasa (Coordinador del taller), Fernanda Lamota, Martina (hija de Claudio), Claudio Sylwan y Emilio Alvarez.
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lunes, 24 de noviembre de 2008

Historias de mi familia

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Artistas

Mi madre siempre estuvo vinculada con el arte. Yeli íntimamente siempre se sintió artista, pero a su egreso de Bellas Artes no tuvo la decisión necesaria para dedicarse a la producción de obras. Prefirió dejarlo para mejor oportunidad y ocuparse de la docencia, de la casa y de los hijos que vinieran.
Recuerdo cuando era pequeño, verla ordenar algún placard buscando ese espacio siempre insuficiente, y que irrumpieran sin aviso algunos de sus trabajos de estudiante. Me encantaba mirarlos y escuchar su comentario: “ves, esto esta hecho con carbonilla, es como un lápiz pero de carbón, después de dibujar lo podés difuminar así con el dedo”. Y en un costado del dibujo hacía la experiencia ante mis ojos curiosos, para luego cubrirlo nuevamente con el papel de cebolla opaco.
Mi niñez estuvo llena de ocasiones en las que mi madre demostraba cómo se bocetaba, dibujaba o se pintaba, en trabajos escolares míos, de mis hermanos, de nuestros compañeros y de nuestros vecinos. Para Yeli, la técnica debía dominarse antes de expresar nada.
Otra de sus facetas era la de crítica. Cada tanto, algún conocido que estaba aprendiendo dibujo le traía sus trabajos. Y como pasa casi siempre, los primeros dibujos logrados se muestran con el íntimo deseo de recibir alabanzas. Mal lugar para buscarlas. Más allá de que estuvieran vistosos para los ojos de los demás, ella les decía: “para aprender a dibujar tenés que copiar del natural, no de otro dibujo” o “la cabeza tiene que ser proporcionada, tiene que entrar cinco veces en el tamaño del cuerpo” o bien “las manos son muy difíciles, hay que evitarlas o dibujarlas con poco detalle”. Los futuros Picassos cosechaban así su primera crítica negativa, aunque bien fundamentada.
Sospecho que durante los treinta años que siguieron a su egreso de la escuela de arte, Yeli se acostumbró a “pintar con la cabeza”. Cuando algo le llamaba la atención, un paisaje, una flor, un rostro, creo que las líneas de un dibujo, o unas pinceladas de color, le aparecían en la mente como un duplicado de la realidad. Hoy yo experimento algo similar tras haber dedicado una parte de mi vida a la fotografía, de aquello que me gusta voy haciendo fotos casi instintivamente, pero sin la necesidad de mi cámara.

Más tarde en su vida, cuando las urgencias ya no eran atender los hijos o hacer economías para que alcance el dinero, se dio la oportunidad de expresarse a través del arte. Por alguna causa que desconozco empezó a hacer grabados, primero sobre madera y luego en metal. Para su profesor era una excelente alumna, porque sólo debía explicarle la técnica, los demás conocimientos, de dibujo y de composición, ya los tenía. Igualmente, su producción no fue muy grande, un poco perfeccionista y demasiado exigente.
La siguiente etapa fue la de ceramista. Esta disciplina la encontró bien preparada y rápidamente comenzó a hacer obras interesantes (tampoco fueron demasiadas). Creo que el tener contacto con volúmenes la entusiasmó. Aquí se contactó con mucha gente que hacía lo mismo. Fue a seminarios, cursos y congresos bienales de la especialidad, a los que sigue concurriendo a pesar de haber abandonado la arcilla.
Su paso siguiente fue pintar tapices en tela de gran tamaño, logrando una media docena de obras admirables por su fuerza y su realismo.
Finalmente recaló en el ítem que seguramente ella considera más valioso, los cuadros de formato medio al óleo y al acrílico. Esta ha sido la etapa de mayor satisfacción, pintando paisajes y eligiendo con minuciosidad cada motivo.

Iver es una persona de unos sesenta años que conocí cuando vivía en Balvanera, sobre la calle Junín. Junto con su esposa Betty tenían (aún lo tienen) un departamento en el segundo piso, en tanto que el mío estaba en el primero.
Desde que lo conocí me pareció una persona muy singular, muy extrovertido, siempre dispuesto a decir lo que pensaba e hincha fanático de Boca.
Hacía un tiempo se le había dado por pintar. Nunca antes había dibujado o pintado ni había hecho ningún curso. Simplemente, empezó por hacer un paisaje para decorar la puerta placa de la cocina. Después encontró unas maderas que, por sus esquinas recortadas, debían haber sido para estantes, dibujó y pintó sobre ellas, para luego colgarlas de la pared. A partir de allí, no hubo madera, cartón, plato en desuso o caja de ravioles que escapara a su pasión creativa. La pintura que utilizaba eran restos de esmalte brillante (el que se usa para puertas y ventanas), que su cuñado le conseguía de las construcciones.
Había motivos infantiles que hacía para sus sobrinos, como una jirafa en una paleta de madera (aprovechando su extraña forma) o personajes de Disney. Había también retratos, pero por sobre todo, paisajes.
Sus obras las iba colgando en las paredes tapizando hasta el techo la sala de su departamento y era su orgullo mostrarlas a quien fuera por su casa.

En alguna reunión en mi departamento se conocieron, y recuerdo el brillo especial de los ojos de Iver cuando mi madre, comentando sobre algún cuadro, hizo saber que era artista plástica. Sin esperar mucho la invitó para que viera sus cuadros y, a diferencia de los años de mi infancia, no apareció el aspecto crítico en ella., simplemente le dijo “estan muy lindos”.
Iver estaba fascinado, era la primera vez que conocía una artista de verdad (mi madre da ese perfil) y había podido mostrarle su trabajo.
Se vieron varias veces más en mi casa y, en esas ocasiones, el le acercaba algún nuevo trabajo para que los viera.
Mi mudanza a otro barrio y algunas circunstancias personales hicieron que no volvieran a encontrarse.

Tal vez Iver consideró que con sus pinturas estaba lejos de impresionar a Yeli. Lo que nunca supo fue la profunda admiración que ella le tenía.
Mi madre está convencida que el artista no es que hace un cuadro como un ejercicio de voluntad. Que se lo propone a sí mismo y lo lleva a cabo, aunque su obra sea perfecta.
Artista, para ella, es el que no puede hacer otra cosa que pintar, que no necesita lienzos ni pinturas adecuadas. Que siente la necesidad compulsiva de expresarse y produce, aunque el lugar en sus paredes se haya colmado hace rato.

sábado, 22 de noviembre de 2008

jueves, 20 de noviembre de 2008

Inscripción

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Dedicado a Teresa
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Todo me va mal. Y no sólo ahora. Mirando mi vida con perspectiva creo que nunca tuve un momento de felicidad plena. Tal vez si hubiera tenido al menos uno, mi existencia sería distinta. La evocación de ese momento me llenaría el corazón y me permitiría seguir viviendo.
Regreso a casa yendo por la autopista recién inaugurada. Está construida sobre el viejo Camino Negro. Hace años que no andaba por estos lugares. Algunos edificios de antes me reconocen. En esa esquina está un antiguo hotel para parejas, bastante bien mantenido. En el piso superior hay ventanas, algunas abiertas. Tras una de ellas una luz tenue y colorida se filtra. Dos personas junto al borde de la cama se multiplican en los espejos. Él es un muchacho muy joven, está de pie ayudando a su compañera a quitarse unos jeans apretados de tiro muy alto. Ella está tranquila y lo hace con cierta soltura. A él no le cabe el corazón en el pecho. La besa al pasar, mientras le ayuda con la camisa de bambula. ¿Cómo puede tener ese cuerpo tan hermoso sólo para él? No sabe qué acariciar primero. Y cuando piensa que ella está allí con él porque lo desea, porque desea sus caricias y su sexo, una corriente de excitación le recorre el cuerpo. Quiere grabar todos los detalles en su memoria, inscribir en su alma este instante de gloria.
Tengo que poner atención en el tránsito, es una autopista rápida. Quiero volver a pensar en mi mala suerte y mi desdicha. Pero algo, un sabor dulce en la boca, me lo impide.

martes, 11 de noviembre de 2008

Fallo ejemplar

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En un dictamen sin precedentes la justicia falló a favor de un televidente. Éste habría iniciado una acción a partir de una promoción que decía: ¿No podés ir de vacaciones?, ¡destapá una botella de nuestro producto y viajá 15 días con todo pago a Punta del Este!
El juez determinó que ambas acciones: destapar y viajar, estaban presentadas como hechos seguros y volitivos, es decir, que sólo dependían de la voluntad del consumidor. Es evidente que la segunda acción no lo era. Una enunciación correcta, según el magistrado, hubiera sido: ¿No podés ir de vacaciones?, ¡destapá y obtené una diezmillonésima posibilidad de viajar a Punta del Este!
Si bien este fallo obliga a la empresa de la publicidad solamente a pagarle las vacaciones anunciadas al demandante y su familia, las consecuencias pueden ser impredecibles. En una primera etapa todos los consumidores de ese producto podrán reclamar su viaje de vacaciones, lo que podría hacer colapsar la capacidad hotelera de esa ciudad. Además, teniendo en cuenta la gran cantidad de concursos con la misma frase engañosa, se prevé un aluvión de demandas que serían respondidas afirmativamente.
Pero algunos observadores del ámbito judicial y televisivo consideran que esto no termina allí. La siguiente andanada de juicios estaría dirigida a las telenovelas. Miles de mujeres de condición humilde exigirían, tal como sucede en las novelas, conocer a un hombre de muy buena posición económica que, superando los prejuicios de su familia y de la sociedad, acepte casarse con ellas. Del mismo modo otros tantos seres que desconocen la identidad de sus padres, exigirían que la situación se aclare como sucede al final de cada novela. Además de que, como es usual, el padre descubierto sea un señor acaudalado y generoso.
Si bien el hecho de que estas demandas puedan producirse es inquietante, preocupa aún más la posibilidad de que mujeres de todas las edades y condiciones sociales querellen a las televisoras con una exigencia. Ésta sería que sus propios hombres las escucharan y les dijeran frases románticas como cotidianamente se ve en la pantalla. De producirse esto, se cree que la justicia no fallaría a favor de ellas, y no por que no les asista la razón, sino por la absoluta imposibilidad de que sea cumplido.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Una hora de baile

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Sé que ésta es la última canción del Long Play. Voy hasta el Winco, que con un par de bafles conectados, está por apagarse automáticamente. Tomo el disco y lo doy vuelta, poniéndolo en la parte alta del eje y trabándolo con la horquilla. Roberto Carlos no comenzó con su “Detalles” que ya estoy abrazando nuevamente a Mirta.

Casi todo tercer año del Nacional había ido al cumpleaños de quince de Isabel. La fiesta se hizo en su casa, un lindo chalet de Banfield, cerca de la estación. En el frente estaba escrito su nombre en una letra cursiva metálica. Los muchachos llevaban saco, alguno lucía un cuello estilo Napoleón. Estaban de moda, pero había que animarse a usarlos.
La fiesta transcurría en el comedor de la casa y en un patio techado que había en la parte de atrás. Allí se había armado el baile.

La púa se desliza entre las canciones siempre dulces de Roberto Carlos. En cada silencio nuestros cuerpos toman distancia para luego acomodarse en un abrazo aún más estrecho. La siento dócil, fácilmente mis brazos rodean su delgadez. En algún momento ya no bailamos, sólo nos estrechamos en un pequeño balanceo.

Una parte importante de la fiesta había transcurrido. El momento del vals, el del brindis y un buen rato de música movida. Como costumbre, todos llevaban algún disco a préstamo para que hubiera variedad. Como si fuera una discoteca, a toda esa descarga de energía con imitación de pasos de “Música el Libertad” y “Alta Tensión”, le siguieron unos temas lentos. Muchas parejas se quedaron en la pista. Darío recorrió la sala mirando a quien sacar a bailar. De repente su mirada se cruzó con la de Mirta. Era compañera de curso, unos pupitres más adelante.

No tenemos palabras para decirnos. Algo hemos hablado los primeros minutos, pero ya no. Sólo nos abrazamos y nos dejamos recorrer por una corriente de ternura y excitación. Nuestros cuerpos pujan por juntarse cada vez más, vamos encontrando nuevas maneras de acomodarnos. Siento el calor de su cuerpo y ese aroma mezcla de transpiración reciente con perfume de jazmín. Deseo que esto dure una eternidad.

Era una chica muy delgada, calladita, estudiosa. Darío nunca había reparado demasiado en esa compañera. La invitó a bailar y ella aceptó. Cuando comenzaron estaban un poco distantes: él tomaba a Mirta de la cintura y ella había apoyado sus antebrazos sobre el pecho de él, marcando la distancia prudente. Poco a poco ella fue aflojando la presión de sus brazos hasta que rodeó con ellos en cuello de Darío. La pista estaba llena y la luz no era demasiada, alguien había apagado algunas lámparas para crear un poco de clima.

Estoy experimentando algo nuevo que no puedo describir. Pero no hay otras caricias, no hay palabras, ni un primer beso que cambie nuestro status de simple pareja de baile. Tampoco lo deseo, no quiero ser el novio de Mirta. Sólo quiero abrazarla y sentir que ella también lo quiere.

Bailaron cerca de una hora. Darío encontró un disco de Roberto Carlos y lo hizo correr de ambos lados. Casi al final se encendieron las luces y se anunció que las cintas de la torta los esperaban. Mirta miró por un instante a Darío como esperando una palabra que él no dijo. Luego fue a reunirse con el resto de las chicas.

En cada canción presiento que el momento maravilloso se termina, que no puede durar este encantamiento. Finalmente la profecía se cumple. Se cortó la música y estoy de frente a ella. No nos habíamos mirado casi. No tengo nada para decirle salvo un “gracias”. Ella duda un segundo y luego se va.

El lunes siguiente se vieron como si nada hubiera ocurrido. Ninguno de los dos hizo comentarios. Tampoco los hubo de los compañeros, nadie había reparado en ellos la noche del sábado.
Lo que quedaba del año y hasta el fin de la secundaria, cuando dejaron de verse para siempre, transcurrió como si esa noche no hubiera existido.
Fue sólo una hora de baile. Pero para Darío fue más que eso, fueron cientos, miles de horas. Una imagen evocada, repetida y revivida, cada vez que el destino fue generoso y puso en sus brazos un cuerpo de mujer.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La señal

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Para mi la fe siempre ha sido lo más importante. Lo que guió mi vida. Por lo menos hasta que sucedió lo que vengo a narrarles.
Dios me concedió el don de la fe, y yo tomé los hábitos para convertirme en su más humilde y fiel servidora. Nada en el mundo tenía más valor que luchar por la gloria y la grandeza de Su nombre.
Mi vida de entrega y oración la desarrollaba en el convento de las Hermanas del Santo Consuelo. Rezaba varias veces al día, pero mi conversación especial con Dios (siempre a través de Su Hijo, como Él nos enseñara) era por la mañana temprano. Le agradecía a Jesús el nuevo día que nos regalaba y porque gracias a su pasión y muerte nos liberó a todos del pecado. Y en particular por todo lo que me había dado a mí, incluyendo esta fe, que es creer en lo que no se ha visto. Yo no necesitaba ver para creer.
A veces, en mi oración matinal además de agradecimientos, incluía pedidos: que ilumine al Sumo Pontífice para que guíe bien a la Iglesia, que dé salud a mis padres por muchos años, que se despierten vocaciones sacerdotales...

Una mañana, no sé si a ustedes les pasa que a la mañana les llegan las ideas más extrañas, una mañana, decía, se me ocurrió pedir que me diera una señal.
- Señor, tu que te apareciste al Apóstol Tomás y le mostraste las llagas de tus manos, dame una señal de que escuchas mis plegarias - le rogué.
No consideraba que fuera excesivo, porque cinco años de hermana, dos de novicia y uno de postulante, bien merecían esa señal. Y todo este tiempo con una dedicación y comportamiento intachables. No como otras hermanas que tenían sus vaivenes, y se interesaban por otras cosas distintas de la oración.
Al tiempo, el pedido de una prueba, como la voz de Dios cuando detuvo la mano de Abraham para que no sacrificara a su hijo Isaac, se me ocurrió incluirla en otros rezos del día. No es que pensara que Cristo no me oiría por la mañana, pero supuse que si repetíamos el avemaría unas doscientas veces al día, debía ser por algo. La repetición algún efecto tendría sobre el Reino de lo Cielos.
Unas semanas después, prácticamente todas mis plegarias consistían en el pedido de esa pequeña prueba.
- Padre, si enviaste a la Virgen de Lourdes a Santa Bernardita, envíamela también y me colmarás de dicha.
Un día, o mejor dicho una noche, sucedió algo que cambiaría todo.

Le había pedido permiso a la Madre Superiora para ir a rezar sola a la capilla después de la cena. Era un aniversario de mi ordenación y pensé en hacer una oración extra de mi pedido. Toda mi vida se la dedicaría al Espíritu Santo, si recibía esa mínima señal.
Estaba sola en el oratorio ocupada en mis menesteres, cuando un temblor sacudió la capilla dejando en un balanceo pendular, cuanto podía tener movimiento. Inmediatamente, una luz fuertísima atravesó uno de los vitrales laterales. Era mi preferido: la imagen del Espíritu Santo haciendo a los Apóstoles hablar en lenguas. Casi simultáneamente pude escuchar una voz ronca y lejana diciendo “cree”.
Como podrán imaginar, quedé fuertemente conmocionada por lo que había vivido, y no pude conciliar el sueño en toda la noche.
A la mañana siguiente pregunté, sin contar nada, si alguien había sentido algo, pero no, ni siquiera el temblor. Tal vez se sintió sólo en la capilla porque es el edificio más alto y está un poco aislado del resto del convento. Ese día me costó mucho concentrarme en las oraciones, mi cabeza estaba en otra cosa. Aproveché entonces la tarde del martes, que es libre, para ir a la biblioteca pública. En crónicas viejas de la ciudad pude comprobar que se registraron movimientos sísmicos en otras épocas y, aunque hacía ochenta años que no ocurría, bien podría repetirse. Esa semana todas mis actividades, incluida la oración, fueron mecánicas, no podía concentrarme en esas pequeñeces. El martes siguiente fui a casa de mis padres y aproveché para hablar por teléfono con una amiga de la secundaria que sabía del tema. Logré que mandara un e-mail a un destacamento militar, cerca de la capital, que tenía instalado el sismógrafo más cercano. La respuesta no fue buena: la semana anterior estuvo fuera de servicio por una modernización de parte del equipo.
Lo de la luz también lo estaba investigando. Para el festejo de los 100 años de la ciudad, hacía tres semanas, la municipalidad había alquilado un par de reflectores gigantes que iluminaban el cielo como en Hollywood. Si aún no se habían devuelto, seguro probando uno de ellos fue que se iluminó el vitral.
Tuve que pedir algunos días más de salida en la semana. Estaba segura que Dios me iba a perdonar, porque tuve que enfermar a algunos parientes.
Un conocido de mi padre trabajaba en la municipalidad y tuvo acceso a los registros en donde figuraba que los reflectores aún no se habían regresado. Pero el jardinero que trabajaba en el convento, y que participó en la organización de los actos del centenario, me dijo que todo se devolvió la misma noche. Averigüé por un ex concejal que a veces se alquilaba equipo por un día haciendo figurar que era por más tiempo, así quedaba plata para la campaña electoral.
Me sentía inútil e incómoda en el convento, todo lo que tenía que investigar estaba allá afuera. Cansada de inventar excusas, que a veces no recordaba o se contradecían, decidí pedir una licencia. Por supuesto que eso no existe para una hermana del Santo Consuelo, pero yo le dejé el aviso escrito a la Madre superiora y me fui.
Me quedaba el tema de la voz, tal vez podría ser un carrero pasando que, con voz ronca como suelen tener, le gritara “arre”, y yo creí escuchar “cree”. Con más razón el grito debió ser fuerte, si había un temblor y el hombre estaba asustado.
Había cuatro vecinos que tenían carro y transitaban por esas calles. Hablé con tres de ellos y no recordaban haber pasado por allí esa noche. El que restaba había viajado a otra ciudad a ver unos parientes y volvía en unos días.
Ya había conseguido datos de otro sismógrafo y de una entidad internacional a donde se informaba toda novedad de actividad sísmica. No tenía las direcciones electrónicas, pero al primero podría ir, eran sólo cinco horas de ómnibus, y al segundo le enviaría el pedido por correo tradicional.
Tuve que dejar de usar los hábitos porque no me resultaban cómodos para investigar y hacer preguntas.

Hoy regresa el dueño del carro que estoy esperando. Después de hablar con él, viajo a la capital a ver una discoteca que alquiló los reflectores inmediatamente después que nuestra municipalidad, para saber qué día les llegaron. En cuanto al sismógrafo, como es una estación automática, tengo que esperar al jueves que es el día de mantenimiento.
Como ven, no me está resultando fácil la investigación, pero creo que ya estoy cerca de comprobar el origen real de los hechos.
Cuando termine volveré tranquila a mi vida de fe y oración. Porque para mi tener fe es creer en lo que no se ha visto.

martes, 2 de septiembre de 2008

miércoles, 16 de julio de 2008

Labios

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Adoro los labios pequeños. Esos que apenas enmarcan. Están, pero no eligen ser protagonistas, prefieren la simpleza del actor de reparto. Los disfruto cuando el dorso de mi mano pasa sobre ellos, cuando los beso o cuando sólo los intuyo.
¿Puedo pedir más? Sí, tal vez un clítoris que no se me esconda y una mujer apasionada.

sábado, 12 de julio de 2008

Telegrama

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Dos hombres con nombre parecido en el vecindario. El cartero lleva un telegrama de despido a la persona equivocada.
El despedido sin telegrama acude a su trabajo. A su jefe ya se le ha pasado la bronca y se arrepiente de haber mandado la misiva. Al enterarse que no llegó, nunca más la menciona.
El falso despedido apura el proyecto postergado de abrir su propio negocio que, a decir de los vecinos, resultó más que exitoso.

domingo, 6 de julio de 2008

Un día de mi vida de colectivo

Relato sin adjetivos calificativos

Véanme salir del garage. Todo perfume y limpieza, todo espacio. Y mi chofer comenzando su día con disposición, con humor. Pero lo conozco y se lo efímero de su estado.
En la esquina, dos jóvenes y una señorita: minifalda, piernas y tacos. La mirada del conductor hizo recorrido de ida y de vuelta.
De a poco me voy llenando. Una anciana pone moneditas que la máquina se niega a aceptar, y la cola de los que están abajo se desespera.
¡Alguien que ceda un asiento, por favor! - ruge la voz del chofer. Miradas que se cruzan, desgano, incomodidad; finalmente se levanta el voluntario, la embarazada se sienta y la tensión desaparece.
Una seña de detención llega tarde, y para no dejar el pasajero de a pie, le cierro el paso a un taxi. Gritos y ademanes, improperios e insultos ponen fin a la tranquilidad de mi compañero el chofer.
En la esquina de una escuela, un mar de guardapolvos me inunda y a gotas los voy dejando a cada uno en su casa. Me gusta su alegría, su espontaneidad me hace felíz.
Mi sensación es que transcurre un día como otros, pero algo me dice que a mi conductor no le ocurre lo mismo. Una mujer que subió preguntando por unas calles, encontró respuestas a esa inquietud y a varias más, porque hace rato que los veo conversando. Una frase, una sonrisa, una pregunta y más sonrisas. ¡Que preste más atención que ya tuvimos dos frenadas!
El pasaje se va raleando, vuelve a verse lo espacioso de mi interior, pero el desodorante del inicio trocó en humo, sudores, alientos y encierro.
Ya estamos solos, el chofer, yo... y ella (parece que nos acompaña al garage).
Sean amables conmigo, ¡no me ensucien el asiento de atrás!

viernes, 20 de junio de 2008

Libro

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Un hombre compra un libro en una vieja librería. Leyendo cada capítulo se da cuenta de que lo que le ocurre al protagonista, anuncia lo que a él le va a suceder al día siguiente. Así sabe que su jefe le va a pedir horas extras, que su hijo va traer malas calificaciones y que su esposa prepara una fiesta sorpresa para su cumpleaños. Diversas circunstancias atribuibles al azar no le permiten leer más de un capítulo por día. Cuando él se da cuenta que ese es el mecanismo, decide hacer trampa y leer el final del libro. En el último capítulo al protagonista lo internan, porque un libro que leyó el día anterior lo sacó de quicio.

Años

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Casi 20 de mis 42 años los dediqué a mis 8 hijos. 21 a acompañar a mi esposa y desde hace 4, a mis 2 padres enfermos. En 3 años tendré 45, la mitad de los 90 que vivió mi abuela. Llevo 24 trabajando, me faltan 6 años de aportes y 23 para la edad de jubilarme.
Estos 288 años me pesan en la espalda como una eternidad. Un día de estos me decido y pongo el contador en cero nuevamente.

jueves, 12 de junio de 2008

Celeste y rosa

Dedicado a Adriana


Revancha

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Había tomado una decisión importante. Debía volver a la provincia, volver a ver su casa. La capital finalmente no le dio nada. Ni el bienestar, ni el placer, ni siquiera el aturdimiento que le hubiera servido, aunque más no fuera, para tapar su espesa soledad.
Llevaba pocas cosas en su bolso, algo de ropa, documentos, un cartel y una gruesa soga color arena, arrollada como una víbora asesina.
Llegó. La casa había estado cerrada. El bar “El Amanecer” también, con sus persianas bajas desde la última vez. No estaba sucio, alguien se encargaba de limpiarlo y airearlo cada tanto. Se sirvió un poco de agua de la canilla al pasar por la cocina, como el reflejo de una costumbre infantil. Dejó el vaso un poco más allá. Sus pies lo llevaron como sin quererlo al bar, donde había transcurrido una parte importante de su historia. El tonel de vino, el piano viejo y negro, el piso de madera que crujía bajo su peso, todo estaba como antes. Dejó en el mostrador su bolso y la gruesa cuerda arrollada.
Qué hubiera sido de él si se hubiera quedado. Le hubiera gustado llegar a ser el encargado del establecimiento, bajo la mirada benigna de su padre ya retirado. Pero la verdad era, y esto le dolía mucho, que aún sería el eterno chico de los mandados y mozo de los francos. Cuántas veces había querido tomar responsabilidades en el negocio y su padre no se lo permitió. Como cuando le ofreció encargarse de organizar peñas los sábados compartiendo la ganancia. El padre le dijo que no, y al tiempo se asoció con un amigo para hacerlas.
Miró un poco a su alrededor, miró las mesas, notó lo envejecidas que parecían sin sus manteles. En un cajón del mostrador encontró el viejo libro diario. Se puso a leer las anotaciones, las últimas escritas con un pulso tembloroso. El negocio había dejado de dar ganancias hacía rato. Por eso lo habría cerrado sin informarle nada a él, que recién se enteró al fallecimiento de su padre. Ahora era su propio pulso el que temblaba y sus ojos los que se enrojecían dificultando la lectura. Hubiera querido decirle muchas cosas a su padre, hablarle de su bronca, de su impotencia, de muchas ilusiones perdidas.
Fue hacia donde había dejado sus cosas y comenzó a desenredar la cuerda.
El nunca había cuestionado su autoridad, por qué su padre se había defendido de él como de su peor enemigo. Una vez le contó que estaba enamorado, que quería ahorrar plata para armar su hogar. Tal vez su novia podría trabajar con ellos. La decisión de aceptarla se fue postergando a la vez que su salario iba disminuyendo. “Los negocios van mal”, le repetía su padre.
No quiso dar más lugar a esos recuerdos que lo ponían al borde de la locura. La soga estaba lista y él ya había tomado la decisión.

Sobre el cartel de “El Amanecer” quedo uno más pequeño: “El Nuevo Amanecer, próximamente”, atado fuertemente con un cordel color arena.

jueves, 5 de junio de 2008

Parecidos

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Tengo un tambor en un rincón de la sala. Él escucha las vibraciones del aire. Basta con poner una mano suave en su vientre tenso para darse cuenta. Escucha mi voz, el ladrido del perro, el auto que pasa. Y no dice nada, sólo tiembla. Si lo quieren oír, si lo golpean, entonces sabe sonar. No de cualquier manera, su sonido es todo cadencia y ritmo. Recordando el paso marcial de los ejércitos, el delirio de una samba en Río o el desacato de una manifestación callejera.
Pero me agrada creer que prefiere su condición de escucha, que nos parecemos.

lunes, 2 de junio de 2008

Sólo para escritores

Dedicado a Diego M

Cómo hacer literatura infantil

Es una literatura menor. Todo el mundo cree que el que escribe para chicos es porque no le sale para grandes. Más allá de que esto sea cierto, es una forma de escribir que tiene menos competencia. Si Ud. escribe algo medianamente decente y lo manda al blog de lalunanaranja o a la página de leemeuncuento, por ejemplo, seguramente se lo subirán. Un texto mediocre para adultos no encuentra tan fácil ubicación. Ni qué hablar de la publicación. En tanto en este rubro conozco editores que no leen lo que publican, porque los aburren las historias de animalitos.

Cómo hacer

La literatura infantil abarca un amplio rango de edades. Uno de los problemas que se plantean en cómo escribir adecuadamente para una edad determinada.
Por suerte para ustedes yo tengo un método muy sencillo para resolver esto.
Se trata de escribir primero un cuento normal (eso ya saben, se los enseñé antes), y luego fijarse, de acuerdo a lo tonto que salió, a qué edad lo destinaremos. Después adaptamos un poco los personajes y ¡listo!
Acá va un ejemplo:
Un astronauta se queda solo en el espacio por un desperfecto en su nave. Tiene oxígeno y agua para un par de días. Se da cuenta que los únicos que pueden ayudarlo son los rusos, pero son sus enemigos. Tal vez quieran matarlo si les pide ayuda. No sabe qué hacer. Decide arriesgarse. Los rusos lo salvan cuando casi no le queda oxígeno y nuestro amigo comprueba que son seres humanos igual que él, sólo que juran una bandera diferente.
Releyendo el cuento vemos que el argumento nos salió bastante bobo, un chico de más de ocho años, que usa Internet y maneja la Play Station con una sola mano, nos tira el cuento por la cabeza.
Ahora que determinamos científicamente que está dirigido a un niño de siete años, reescribimos la historia.
Una gacela pasea por el bosque. De repente cae una red encima de ella puesta por los cazadores. Ellos en uno o dos días vendrán a buscarla y la matarán. El único animal que puede ayudarla es el tigre con sus dientes grandes. Pero también es su enemigo y se la puede comer. Elige arriesgarse. El tigre la salva justo cuando venían los cazadores. Ella descubre que el tigre no es malo, mata sólo cuando tiene hambre.
¿La van captando?


Algunos secretos para encarar con éxito la literatura infantil

Cuanto menor es el lector más grande debe ser la letra en que se escriba.
Para los más pequeñitos deberá ser sólo imprenta mayúscula (esto es bastante difícil a mano, aconsejo máquina o computadora).
También van siendo más importantes las ilustraciones y los troqueles, por lo que sugiero aprender a dibujar y escribir textos que se puedan ubicar en forma de conejito, de osito o de perrito.
A medida que disminuye la edad de los lectores, más animalitos hay que poner, si pueden ser feroces haciendo de buenos, mejor (no hay teorías que lo expliquen).

Moraleja

Nadie sabe por qué, pero los cuentos infantiles necesitan moraleja.
La moraleja es una especie de enseñanza que se extrae del relato en forma natural, o un poquito forzada si se necesita.
Vamos a aprovechar el ejemplo anterior para comprobar qué futuro tiene Ud., colega escritor, navegando en el mar de la literatura infantil (linda imagen, ¿no?).
¿Cuál de estas moralejas le parece correcta para el cuento anterior?:
1) Hay que salvar el pellejo, no importa cómo.
2) A veces odiamos al enemigo sin conocer lo bondadoso que es.
3) Si alguien te puede ayudar, no te preocupes que esté rayado.
4) Si ves una gacela en apuros, dále una mano, en una de esas se te dá.
5) Caíste otra vez en la misma trampa, ¿qué le hace una mancha más al tigre?
6) A los tigres viejos nos gustan las gacelitas, hay que esperar que alguna caiga en la red.

Consideraciones finales

No escriban muy largo, los jóvenes nos tienen aún menos paciencia.
No den consejos, para eso están los padres.
Manden algo a ver cómo sale. Y si están ganando plata o fama, avisen.
Colorín colorado.


sábado, 31 de mayo de 2008

Preocupación

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La visión se le había nublado por una fracción de segundo.
“No tengo que preocuparme, fue sólo un instante” se dijo. Después pensó “puede ser que comí pesado al almuerzo”. Pero la realidad es que su vista había disminuido notablemente en ese diminuto instante. Y entonces reflexionó “no tendría que haber leído el diario, trae la letra cada vez más pequeña”.
Fue en un momento cualquiera, él regaba las macetas y de repente sintió que veía las imágenes turbias. Luego se le ocurrió: “puede ser el polen de las plantas que me haya irritado”. Nunca antes le había pasado, que por un infinitésimo de tiempo perdiera la nitidez, y se sentía culpable. “Debería hacerme baños de agua fría todas las noches”, se recriminó. Tal vez empezara mañana.
No sin un dejo de preocupación, se puso a afilar las dagas para la función de esa noche.

viernes, 30 de mayo de 2008

lunes, 26 de mayo de 2008

Arena

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La sombrilla hunde su punta afilada sobre la arena. No le pide permiso. Irrumpe con la prepotencia de sus dueños, que desparraman alrededor lonas, bolsas y carpas. La arena se afloja ante el primer impulso. Pero luego resiste con la fuerza de sus partículas apelmazadas. Tal vez quiera decirle a ese falo metálico que ella ha estado allí por millones de años, que ha resistido los embates del mar, del viento implacable y del sol. Que ha sabido moverse, renovarse y regenerarse para estar siempre igual. Que ha guardado en su interior la vida de infinidad de especies. Que no se opone a ser el esparcimiento estival de los humanos, pero que merece, aunque más no sea por ser dueña del lugar, algo de respeto.

jueves, 15 de mayo de 2008

El ruido

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La primera explicación la dio el Observatorio Geofísico de Punta Indio. Dijo que el frotamiento de las placas tectónicas en las profundidades de la tierra era lo que estaba produciendo el ruido que lo invadía todo. Por supuesto, más tarde cada periodista aderezó esta explicación insulsa con apuntes propios, de dudoso rigor científico.
Durante los días sucesivos, los medios le dieron micrófono a la astróloga Shiranda, que explicó lo de los mundos paralelos que se conectaron por una conjunción planetaria. También dio su opinión el meteorólogo (autodidacta) Otto Schiler que aseguró que en el interior de la tierra había vientos y tormentas. Pero la explicación que más sorprendió fue la del Psicólogo Nardini, para quien todo era fruto de una ilusión colectiva, basada en el uso a excesivo volumen de los MP3s y el deseo inconsciente de no escuchar la voz interior de cada ser humano.
Eso fue durante el primer tiempo, cuando éste era el tema de todos. Con los meses, a pesar de que el ruido no aminoraba, las noticias cotidianas: crímenes, inflación o silicona mal colocada, volvieron a tener su importancia. La gente se habituó a usar tapones en lo oídos la mayor parte del tiempo, a ver televisión con auriculares y a acompañar las conversaciones cotidianas con señas de sordomudos, que al tiempo, reemplazarían totalmente a la fonética.
Algunos, como siempre, se vieron beneficiados. Los que apostaron a que el fenómeno iba para largo y se pusieron a desarrollar y vender productos tales como: despertadores vibrantes, megáfonos de bolsillo y superamplificadores de música. Los que empezaron a ofrecer vacaciones en SPAs cuya única instalación era una aislamiento sonoro. Y finalmente las iglesias que veían aquí claramente el sello de Satanás y llamaban a la redención, siempre a través del diezmo.
El resto de la población se adaptaba con mayor o menor dificultad al fenómeno.
La mañana del 8 de octubre las cosas dieron un vuelco.
El intendente habló por la cadena oficial para anunciar que el ruido había cesado, acompañado de un traductor para sordos que tal vez no hubiera hecho falta, pero que tenía contrato por dos años más. Se decretó asueto y la gente festejó en las calles y en la plaza central, el final de su martirio acústico.
Al día siguiente la euforia se había disipado y muchos cuestionaban que este silencio fuera lo mejor.
Sordos e hipoacúsicos, a los que se le unieron naturalmente los que vivían al costado de la vía del tren y los operarios de martillos neumáticos, opinaron que preferían el ruido, que los hacía sentir de igual a igual con el resto.
En el club Progreso y Deporte se empezaron a reunir padres de familia cuyas esposas, suegras y madres habían vuelto a parlotear todo el día. Alguien hizo notar que tal vez nunca habían dejado de hacerlo.
Los que más tardaron en quejarse, pero tal vez los que inclinaron la balanza, fueron los parcos del lugar. Como en todo pueblo eran muchos los que sólo se expresaban en monosílabos, los que pasaban días sin emitir vocablo y los hombres que estaban solos por no haberse animado a hablarle a la mujer se sus sueños.
Las autoridades no pudieron hacer oídos sordos a estos reclamos y dispusieron que la sirena de los Bomberos Voluntarios sonase durante todo el día, volviendo las cosas a la normalidad.

Santa Rita


jueves, 8 de mayo de 2008

Confiterías de Buenos Aires

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Dedicado a Andrea

De hoy no pasa.
Esta es la quinta vez que nos encontramos. Y todavía no me animé.
Sé lo que pasa. Los lugares donde nos citamos no son los adecuados, siempre frente a frente en la mesa de un bar o de un restó. Es muy difícil encontrar intimidad a tanta distancia.
Alguna vez pensé que sería útil buscar en Buenos Aires alguna confitería con sillones, luz suave, música romántica…allí las cosas se darían solas. Pero la verdad es que nunca tengo tiempo de salir a recorrer.
Con Bibi nuestras charlas siempre fueron animadas, nos divertimos y hablamos de cosas serias, hasta llegó a contarme detalles íntimos de su vida. Pero lo que no me animé fue a tomarle la mano y a decirle frente a frente lo que siento. Hoy lo voy a hacer aunque me cueste, no soporto que nos sigamos citando como amigos. Al menos este bar tiene un poco de música.
-Hola Carlos, ¿Cómo estás?
-Muy bien, Bibi ¿y vos?
-Bien, con muchas cosas para contarte.
-Yo también tengo algo importante para decirte.
-Genial, te escucho, Carlos.
-No, primero decime vos.
-Bueno, te cuento. El lunes a la tarde un compañero de trabajo me confesó que está interesado en mi, que quería que saliéramos. Yo no había reparado mucho en él, pero es simpático y parece buen tipo.
-¡Pero no lo conocés!
-No, pero trabaja en la empresa. Pensé en ese momento: hace meses que rompí con mi ex, es hora de que me dé otra oportunidad, por lo menos para ver qué pasa. Y acepté, nos vimos el martes y ayer pasamos la noche juntos. ¿No es genial?
-Pe… pero no sé si es el adecuado…
-Vas a ver que sí cuando te lo presente, le conté de vos y te quiere conocer. Bueno, ya hablé bastante, ¿Qué tenías para decirme?
-Nada especial Bibi: que tengo decidido empezar a recorrer confiterías de Buenos Aires. Creo que de hoy no pasa.

lunes, 21 de abril de 2008

Edades

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La obra recorre tres etapas en la vida de una famosa mujer. En el primer acto Lucy se maquilla con colores suaves, calza zapatillas y sale a escena como una joven adolescente. En el segundo acto endereza su postura desgarbada, cambia a una peluca rojiza y afloja en parte su rostro, para que surjan algunas marcas gestuales. En el tercer acto, Lucy muestra su propio cabello blanco y se ha quitado el rígido sostén de alambre y sus dientes postizos, arrancando del público, como todas las noches, una fuerte ovación.

martes, 25 de marzo de 2008

Recuerdos

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Estoy mirando atardecer en la cocina de la casa de mi abuela Dominga. Mamá me dijo que a la vuelta de la escuela, en vez de ir a casa, viniera aquí. La taza de leche es grande y sin manijas y los pancitos con manteca y azúcar están doblados al medio. “Yo te hago los libritos, así no te ensuciás” me dice la Nonna. Nunca más vi a nadie hacer libritos de pan. Me gusta, pero estoy un poco triste. Porque es triste ver un atardecer invernal en el fondo de esa casa o tal vez por la ausencia de mi madre.
La casa de la abuela tiene rincones oscuros. La luz del comedor casi no se enciende y el reflejo de la cocina apenas lo ilumina. Me aburro esperando que mi mamá venga a buscarme. Le pido hilo a la Nonna, que me da un poco del que guarda para atar matambres y busco papel, marrón si se puede, para hacer un improvisado barrilete. Lo consigo en un armario, entre unos pocos periódicos. Yo sé que los barriletes no son así, mi papá dice que como ahora hay cables en la calle, los verdaderos no se pueden remontar. Le ato un hilo al papel y corro alrededor de la mesa grande entre la penumbra..
Si lo que encuentro es una bolsa de papel, mejor, la inflo y la reviento entre mis manos. Sé que la Nonna guarda esas bolsas para guardar cosas, pero igual no me dice nada. Sólo mira el reloj del comedor de vez en cuando.
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Es sábado o domingo, estoy jugando en el patio. Mi papá se trajo del negocio carpetas repletas de papeles para trabajar. No hay que molestarlo. Me encanta como tira los bollos de las hojas que va descartando en el suelo. Mucho más me gusta la lapicera nueva que tiene. Es una birome azul con punta plateada, escribe en un azul-violeta y con un “click” la punta se guarda. Mi mamá dice que a esas lapiceras siempre las termina perdiendo, pero ésta hace un tiempo que la tiene. No se la puedo pedir para hacer “click” porque la está usando.
Estoy pensando en los barriletes y aunque sé que no se pueden remontar por los cables, quisiera que mi papá me haga uno. Se lo pediría, pero está trabajando. Le voy a preguntar algo de los barriletes. No está bien que lo haga, porque se va a enojar. Dice que no lo dejamos trabajar.
Le pregunto: “¿Papá, qué forma tienen los barriletes?”, y me preparo para la reprimenda.
Para mi sorpresa, deja lo que estaba haciendo, toma unos papelitos abrochados para anotar (ahora veo que eran talones de recibos), hace “click” con su birome y me dibuja: la estrella, la bomba, el rombo y todos los que entran en ese diminuto papelito. Lo hace cruzando primero las líneas que representan las cañas y luego uniendo sus extremos. Me vuelvo a jugar al patio, más que contento con el papelito y la promesa (no dicha) que pronto haremos uno de verdad.
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La escuela está lejos. Si voy con mi mamá, por más que me apure no puedo seguirle el paso. Siempre camina así, esté apurada o no. Cuando me retraso, corro un poquito y me pongo a la par, siempre de la mano. Igual me encanta salir con ella. Sé cuando vamos a ir lejos porque se pinta los labios.Vamos a Lomas, por ejemplo, de compras. Me muestra como se pone rouge. De un saque se colorea ambos labios haciendo un círculo, me maravilla su pulso. Como ve que la miro con atención me explica: “Algunas mujeres se pintan un labio y cierran la boca para que se pinte el otro, pero la pintura queda opaca, así queda perfecto”.
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A veces los domingos a la siesta la abuela Susana nos lleva, a mi hermana y a mi, a caminar. Siempre quiero contar las cuadras que hacemos, pero me olvido por la mitad. Vamos por calles que no conozco y volvemos a casa por una dirección distinta a la que salimos. A ella le encanta encontrarse con conocidos. Los saluda cuando los ve en algún jardín y sino, golpea para que salgan. Al comienzo de la charla, la abuela nos presenta y tenemos que decir nuestra edad y cómo vamos en la escuela. Luego hablan entre ellos de vecinos que se murieron y enfermedades de todo el mundo. Un poco los escucho, pero al rato, le tiro del vestido a la abuela para que sigamos. “Esperá que tengo que decirle algo más”, me repite a cada tirón, hasta que logro (logramos) que siga caminando.
Hoy hay poca gente en la calle porque hace muchísimo calor. La abuela nos pregunta si queremos ir a casa de Celina, la madre de Damián y José. Le decimos que si, pero que nos gustaría más ir a tomar un helado. Damián y José hicieron su primaria en nuestra escuela y deben estar estudiando en otra parte, porque en el Sagrado Corazón de María, no hay secundaria. Lo extraño es que continúan siendo monaguillos (las hermanas tuvieron que hacer túnicas más grandes para ellos). Los domingos los vemos en la misa y luego se quedan conversando con la gente en la puerta, no sé para qué. Celina va muy bien vestida y sé que se queda para que la feliciten por los hijos que tiene.
Llegamos a su casa y nos recibe entre contenta y sorprendida. Entramos y nos sentamos en un patio cubierto por una parra llena de uvas. Celina le pregunta a mi abuela si queremos tomar algo. “Sí, los chicos querían tomar helado” dice la abuela Susana. Yo siento una vergüenza atroz y me arrepiento de haberle pedido ir a la heladería. Celina llama a Damian, le da plata y le hace el encargo. Comemos el helado cuando casi esta oscureciendo.

martes, 15 de enero de 2008