viernes, 22 de enero de 2010

Palmira

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La voy a llamar por teléfono. Estoy decidido. Lo vengo postergando un poco, pero creo que hoy es el mejor día. Le voy a mostrar mis sentimientos y ella se va a dejar seducir por mí.

Ahora es un poco temprano. Antes de las 9 seguro que Palmira no se levanta. Cuando vivamos juntos la voy a despertar con mis besos y le va a encantar madrugar.

Podría llamarla ahora, ya son las 9:30. Ella estará desayunando su té con tostadas en la mesa de la cocina, me la puedo imaginar. Me va a gustar que más adelante ella me ofrezca una tostada con manteca mientras yo leo la sección deportiva del diario. Pero para atender el teléfono va a tener que levantarse, puede sacudir la mesa y volcar el té en el platito, a mí me pasa. O atenderme apurada para que no se le enfríe. Ahí estoy mal, porque preciso tiempo para llevar la conversación adonde yo quiero. Mejor espero que termine su desayuno.

Ahora podría ser, son casi las 12. Debe estar haciendo las tareas de la casa. ¡Qué hermosa debe estar con el delantal y el cabello recogido en una colita! Tal vez cuando estemos juntos y yo falte al trabajo un día, la vea así. Voy a intentar abrazarla por detrás y besarle el cuello y ella me va a rechazar diciendo que tiene mucho para limpiar. Quizá ahora se esté acordando que tiene que hacer compras y los negocios van a cerrar. Va a estar saliendo y volviendo a entrar para descolgar el teléfono. Me va a atender con disgusto, pensando cómo arreglarse con lo que tiene si no llega a comprar nada. No es momento para llamar.

Ya son más de las 3, tal vez sea la hora oportuna. Ya se levantó de dormir su siesta. Estará poniendo la pava para unos mates. ¡Cómo me gusta una mujer que sabe hacer mate! Para mí no hay felicidad más grande para un hombre que su compañera le cebe unos amargos con bizcochitos de grasa. ¿Sabrá hacer bizcochos caseros? Tengo que preguntarle. ¿Y si todavía no se levantó? ¿Y si se quedó un rato más porque la comida le cayó pesada? No voy a despertarla con el teléfono. Cuando a mi me hacen eso me pone de muy mal humor.

Se hicieron las 6 y media. No está mal. Debe estar mirando la novela de la tarde. Eso me viene bien, está escuchando palabras de amor en boca de los actores. Y luego va a escuchar las mías. Que no serán tan bien dichas pero sí sentidas, y de un hombre de carne y hueso. Y después se las voy a repetir todos los días, para que no diga como todas, que los hombres callamos nuestros sentimientos. Pero tal vez la novela esté en su parte más interesante, cuando el protagonista se entera que murió su tío multimillonario o que su hermana no es su hermana. Y yo la estoy llamando. Y ella me dice “habláme rapidito que me pierdo la mejor parte”. No, no puedo llamarla ahora.

Ya es de noche, y de noche hay otro clima. Palmira seguro ya vio que hay luna llena. Todos nos ponemos más sensibles una noche así. Yo voy a aprovechar todas las noches de luna para llevarla al balcón a contemplar el cielo. Eso me va a abrir las puertas de una velada de mucha pasión y lujuria. A las mujeres les encanta el romanticismo. Pero no creo que me atienda el teléfono, pensará que a esta hora sólo llaman bromistas y números equivocados.

¡Qué lástima! Cuando la conocí en la cola del banco y me dio su número de teléfono pensé que iba a ser más fácil. Pero de nada me sirve tener su número si no hay horario en el día en que me pueda atender.

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miércoles, 13 de enero de 2010

La química del amor

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- Lo primero que tenés que saber son las valencias de los elementos- le dijo ella.

- Las tengo en esta tabla – dijo él- y te escribí un verso en el margen blanco.

- Después los combinás de forma que las valencias coincidan – dijo ella curiosa- ¿me lo leés?

- ¿Si no tienen el mismo número no se combinan? – dijo él – Te lo leo al oído.

- Podés poner uno de valencia 2 con uno de 6 agregando un 3 adelante, me río porque me hacés cosquillas.

- Y las que tienen varios números, ¿cuál uso? Sé otro verso de memoria.

- Podés usar cualquiera, pero la sustancia resultante tiene diferente nombre, no me beses la oreja que me ponés nerviosa.

- ¿Cómo sé los nombres? ¿Puedo ver si en la boca no te pone nerviosa?

- Hay una regla nemotécnica, sólo un beso chiquito.

- ¿Cuál es la regla? ¿querés ser mi novia?

- El pico del pato y el pito del oso, bueno ¿vos me querés?

- Sí, ¿hacemos recreo?

- Un ratito, ¡pero después seguimos!

- Por supuesto, más ahora que estoy entendiendo cómo funciona la química.

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