jueves, 12 de junio de 2008

Revancha

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Había tomado una decisión importante. Debía volver a la provincia, volver a ver su casa. La capital finalmente no le dio nada. Ni el bienestar, ni el placer, ni siquiera el aturdimiento que le hubiera servido, aunque más no fuera, para tapar su espesa soledad.
Llevaba pocas cosas en su bolso, algo de ropa, documentos, un cartel y una gruesa soga color arena, arrollada como una víbora asesina.
Llegó. La casa había estado cerrada. El bar “El Amanecer” también, con sus persianas bajas desde la última vez. No estaba sucio, alguien se encargaba de limpiarlo y airearlo cada tanto. Se sirvió un poco de agua de la canilla al pasar por la cocina, como el reflejo de una costumbre infantil. Dejó el vaso un poco más allá. Sus pies lo llevaron como sin quererlo al bar, donde había transcurrido una parte importante de su historia. El tonel de vino, el piano viejo y negro, el piso de madera que crujía bajo su peso, todo estaba como antes. Dejó en el mostrador su bolso y la gruesa cuerda arrollada.
Qué hubiera sido de él si se hubiera quedado. Le hubiera gustado llegar a ser el encargado del establecimiento, bajo la mirada benigna de su padre ya retirado. Pero la verdad era, y esto le dolía mucho, que aún sería el eterno chico de los mandados y mozo de los francos. Cuántas veces había querido tomar responsabilidades en el negocio y su padre no se lo permitió. Como cuando le ofreció encargarse de organizar peñas los sábados compartiendo la ganancia. El padre le dijo que no, y al tiempo se asoció con un amigo para hacerlas.
Miró un poco a su alrededor, miró las mesas, notó lo envejecidas que parecían sin sus manteles. En un cajón del mostrador encontró el viejo libro diario. Se puso a leer las anotaciones, las últimas escritas con un pulso tembloroso. El negocio había dejado de dar ganancias hacía rato. Por eso lo habría cerrado sin informarle nada a él, que recién se enteró al fallecimiento de su padre. Ahora era su propio pulso el que temblaba y sus ojos los que se enrojecían dificultando la lectura. Hubiera querido decirle muchas cosas a su padre, hablarle de su bronca, de su impotencia, de muchas ilusiones perdidas.
Fue hacia donde había dejado sus cosas y comenzó a desenredar la cuerda.
El nunca había cuestionado su autoridad, por qué su padre se había defendido de él como de su peor enemigo. Una vez le contó que estaba enamorado, que quería ahorrar plata para armar su hogar. Tal vez su novia podría trabajar con ellos. La decisión de aceptarla se fue postergando a la vez que su salario iba disminuyendo. “Los negocios van mal”, le repetía su padre.
No quiso dar más lugar a esos recuerdos que lo ponían al borde de la locura. La soga estaba lista y él ya había tomado la decisión.

Sobre el cartel de “El Amanecer” quedo uno más pequeño: “El Nuevo Amanecer, próximamente”, atado fuertemente con un cordel color arena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

buenísimo!!!una mezcla de sentimientros y sentidos se perciben en el relato,junto a una tensa espera por saber lo que acontecerá.
me gustó mucho!!!
Adriana