jueves, 6 de noviembre de 2008

Una hora de baile

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Sé que ésta es la última canción del Long Play. Voy hasta el Winco, que con un par de bafles conectados, está por apagarse automáticamente. Tomo el disco y lo doy vuelta, poniéndolo en la parte alta del eje y trabándolo con la horquilla. Roberto Carlos no comenzó con su “Detalles” que ya estoy abrazando nuevamente a Mirta.

Casi todo tercer año del Nacional había ido al cumpleaños de quince de Isabel. La fiesta se hizo en su casa, un lindo chalet de Banfield, cerca de la estación. En el frente estaba escrito su nombre en una letra cursiva metálica. Los muchachos llevaban saco, alguno lucía un cuello estilo Napoleón. Estaban de moda, pero había que animarse a usarlos.
La fiesta transcurría en el comedor de la casa y en un patio techado que había en la parte de atrás. Allí se había armado el baile.

La púa se desliza entre las canciones siempre dulces de Roberto Carlos. En cada silencio nuestros cuerpos toman distancia para luego acomodarse en un abrazo aún más estrecho. La siento dócil, fácilmente mis brazos rodean su delgadez. En algún momento ya no bailamos, sólo nos estrechamos en un pequeño balanceo.

Una parte importante de la fiesta había transcurrido. El momento del vals, el del brindis y un buen rato de música movida. Como costumbre, todos llevaban algún disco a préstamo para que hubiera variedad. Como si fuera una discoteca, a toda esa descarga de energía con imitación de pasos de “Música el Libertad” y “Alta Tensión”, le siguieron unos temas lentos. Muchas parejas se quedaron en la pista. Darío recorrió la sala mirando a quien sacar a bailar. De repente su mirada se cruzó con la de Mirta. Era compañera de curso, unos pupitres más adelante.

No tenemos palabras para decirnos. Algo hemos hablado los primeros minutos, pero ya no. Sólo nos abrazamos y nos dejamos recorrer por una corriente de ternura y excitación. Nuestros cuerpos pujan por juntarse cada vez más, vamos encontrando nuevas maneras de acomodarnos. Siento el calor de su cuerpo y ese aroma mezcla de transpiración reciente con perfume de jazmín. Deseo que esto dure una eternidad.

Era una chica muy delgada, calladita, estudiosa. Darío nunca había reparado demasiado en esa compañera. La invitó a bailar y ella aceptó. Cuando comenzaron estaban un poco distantes: él tomaba a Mirta de la cintura y ella había apoyado sus antebrazos sobre el pecho de él, marcando la distancia prudente. Poco a poco ella fue aflojando la presión de sus brazos hasta que rodeó con ellos en cuello de Darío. La pista estaba llena y la luz no era demasiada, alguien había apagado algunas lámparas para crear un poco de clima.

Estoy experimentando algo nuevo que no puedo describir. Pero no hay otras caricias, no hay palabras, ni un primer beso que cambie nuestro status de simple pareja de baile. Tampoco lo deseo, no quiero ser el novio de Mirta. Sólo quiero abrazarla y sentir que ella también lo quiere.

Bailaron cerca de una hora. Darío encontró un disco de Roberto Carlos y lo hizo correr de ambos lados. Casi al final se encendieron las luces y se anunció que las cintas de la torta los esperaban. Mirta miró por un instante a Darío como esperando una palabra que él no dijo. Luego fue a reunirse con el resto de las chicas.

En cada canción presiento que el momento maravilloso se termina, que no puede durar este encantamiento. Finalmente la profecía se cumple. Se cortó la música y estoy de frente a ella. No nos habíamos mirado casi. No tengo nada para decirle salvo un “gracias”. Ella duda un segundo y luego se va.

El lunes siguiente se vieron como si nada hubiera ocurrido. Ninguno de los dos hizo comentarios. Tampoco los hubo de los compañeros, nadie había reparado en ellos la noche del sábado.
Lo que quedaba del año y hasta el fin de la secundaria, cuando dejaron de verse para siempre, transcurrió como si esa noche no hubiera existido.
Fue sólo una hora de baile. Pero para Darío fue más que eso, fueron cientos, miles de horas. Una imagen evocada, repetida y revivida, cada vez que el destino fue generoso y puso en sus brazos un cuerpo de mujer.

1 comentario:

mabel dijo...

muy buen cuento, muy buen final, muy emotivo y lleno de imágenes.
Te sigo leyendo.