lunes, 24 de noviembre de 2008

Historias de mi familia

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Artistas

Mi madre siempre estuvo vinculada con el arte. Yeli íntimamente siempre se sintió artista, pero a su egreso de Bellas Artes no tuvo la decisión necesaria para dedicarse a la producción de obras. Prefirió dejarlo para mejor oportunidad y ocuparse de la docencia, de la casa y de los hijos que vinieran.
Recuerdo cuando era pequeño, verla ordenar algún placard buscando ese espacio siempre insuficiente, y que irrumpieran sin aviso algunos de sus trabajos de estudiante. Me encantaba mirarlos y escuchar su comentario: “ves, esto esta hecho con carbonilla, es como un lápiz pero de carbón, después de dibujar lo podés difuminar así con el dedo”. Y en un costado del dibujo hacía la experiencia ante mis ojos curiosos, para luego cubrirlo nuevamente con el papel de cebolla opaco.
Mi niñez estuvo llena de ocasiones en las que mi madre demostraba cómo se bocetaba, dibujaba o se pintaba, en trabajos escolares míos, de mis hermanos, de nuestros compañeros y de nuestros vecinos. Para Yeli, la técnica debía dominarse antes de expresar nada.
Otra de sus facetas era la de crítica. Cada tanto, algún conocido que estaba aprendiendo dibujo le traía sus trabajos. Y como pasa casi siempre, los primeros dibujos logrados se muestran con el íntimo deseo de recibir alabanzas. Mal lugar para buscarlas. Más allá de que estuvieran vistosos para los ojos de los demás, ella les decía: “para aprender a dibujar tenés que copiar del natural, no de otro dibujo” o “la cabeza tiene que ser proporcionada, tiene que entrar cinco veces en el tamaño del cuerpo” o bien “las manos son muy difíciles, hay que evitarlas o dibujarlas con poco detalle”. Los futuros Picassos cosechaban así su primera crítica negativa, aunque bien fundamentada.
Sospecho que durante los treinta años que siguieron a su egreso de la escuela de arte, Yeli se acostumbró a “pintar con la cabeza”. Cuando algo le llamaba la atención, un paisaje, una flor, un rostro, creo que las líneas de un dibujo, o unas pinceladas de color, le aparecían en la mente como un duplicado de la realidad. Hoy yo experimento algo similar tras haber dedicado una parte de mi vida a la fotografía, de aquello que me gusta voy haciendo fotos casi instintivamente, pero sin la necesidad de mi cámara.

Más tarde en su vida, cuando las urgencias ya no eran atender los hijos o hacer economías para que alcance el dinero, se dio la oportunidad de expresarse a través del arte. Por alguna causa que desconozco empezó a hacer grabados, primero sobre madera y luego en metal. Para su profesor era una excelente alumna, porque sólo debía explicarle la técnica, los demás conocimientos, de dibujo y de composición, ya los tenía. Igualmente, su producción no fue muy grande, un poco perfeccionista y demasiado exigente.
La siguiente etapa fue la de ceramista. Esta disciplina la encontró bien preparada y rápidamente comenzó a hacer obras interesantes (tampoco fueron demasiadas). Creo que el tener contacto con volúmenes la entusiasmó. Aquí se contactó con mucha gente que hacía lo mismo. Fue a seminarios, cursos y congresos bienales de la especialidad, a los que sigue concurriendo a pesar de haber abandonado la arcilla.
Su paso siguiente fue pintar tapices en tela de gran tamaño, logrando una media docena de obras admirables por su fuerza y su realismo.
Finalmente recaló en el ítem que seguramente ella considera más valioso, los cuadros de formato medio al óleo y al acrílico. Esta ha sido la etapa de mayor satisfacción, pintando paisajes y eligiendo con minuciosidad cada motivo.

Iver es una persona de unos sesenta años que conocí cuando vivía en Balvanera, sobre la calle Junín. Junto con su esposa Betty tenían (aún lo tienen) un departamento en el segundo piso, en tanto que el mío estaba en el primero.
Desde que lo conocí me pareció una persona muy singular, muy extrovertido, siempre dispuesto a decir lo que pensaba e hincha fanático de Boca.
Hacía un tiempo se le había dado por pintar. Nunca antes había dibujado o pintado ni había hecho ningún curso. Simplemente, empezó por hacer un paisaje para decorar la puerta placa de la cocina. Después encontró unas maderas que, por sus esquinas recortadas, debían haber sido para estantes, dibujó y pintó sobre ellas, para luego colgarlas de la pared. A partir de allí, no hubo madera, cartón, plato en desuso o caja de ravioles que escapara a su pasión creativa. La pintura que utilizaba eran restos de esmalte brillante (el que se usa para puertas y ventanas), que su cuñado le conseguía de las construcciones.
Había motivos infantiles que hacía para sus sobrinos, como una jirafa en una paleta de madera (aprovechando su extraña forma) o personajes de Disney. Había también retratos, pero por sobre todo, paisajes.
Sus obras las iba colgando en las paredes tapizando hasta el techo la sala de su departamento y era su orgullo mostrarlas a quien fuera por su casa.

En alguna reunión en mi departamento se conocieron, y recuerdo el brillo especial de los ojos de Iver cuando mi madre, comentando sobre algún cuadro, hizo saber que era artista plástica. Sin esperar mucho la invitó para que viera sus cuadros y, a diferencia de los años de mi infancia, no apareció el aspecto crítico en ella., simplemente le dijo “estan muy lindos”.
Iver estaba fascinado, era la primera vez que conocía una artista de verdad (mi madre da ese perfil) y había podido mostrarle su trabajo.
Se vieron varias veces más en mi casa y, en esas ocasiones, el le acercaba algún nuevo trabajo para que los viera.
Mi mudanza a otro barrio y algunas circunstancias personales hicieron que no volvieran a encontrarse.

Tal vez Iver consideró que con sus pinturas estaba lejos de impresionar a Yeli. Lo que nunca supo fue la profunda admiración que ella le tenía.
Mi madre está convencida que el artista no es que hace un cuadro como un ejercicio de voluntad. Que se lo propone a sí mismo y lo lleva a cabo, aunque su obra sea perfecta.
Artista, para ella, es el que no puede hacer otra cosa que pintar, que no necesita lienzos ni pinturas adecuadas. Que siente la necesidad compulsiva de expresarse y produce, aunque el lugar en sus paredes se haya colmado hace rato.

1 comentario:

adry brovia dijo...

BUENÍSIMO!!!
Qué buen remate...
Después de todo...tu madre no es tan seria...y puede admirar desde su lugar de artista, a quién solo es artista de alma...
Bien por tu relato y a tu madre por la altura que este gesto demuestra.
Adriana