lunes, 14 de mayo de 2007

Cuento

El observador

El día aún no comenzaba a despuntar cuando Joaquín puso el telescopio en su bicicleta, dando marcha a su acostumbrada rutina matinal.
La rivera de Vicente López a esa hora era un lugar casi mágico. El río marrón que se comenzaba a encender con los ocres del amanecer por un lado, y al otro, un horizonte de edificios como gigantes lejanos, con las luces de las calles aún encendidas y una que otra ventana brillando.
En el lugar de siempre, armó el trípode y colocó el tubo. Su objetivo era buscar cometas. Soñaba con descubrir uno que luego llevara su apellido.
Orientado hacia el río, comenzó a inspeccionar con su telescopio cada pedacito de cielo, buscando una mancha lechosa y tenue.
Terminó su trabajo sin novedad cuarenta minutos después, cuando el día se había aclarado bastante. Antes de desarmar el instrumento lo dirigió hacia los edificios, en cuyas ventanas la actividad diaria comenzaba. Recorrió unas cuantas sin encontrar nada de interés, hasta que dio con una habitación en la que una joven se levantaba de la cama. Luego la vio encender la luz del baño y más tarde la de la cocina de vidrios esmerilados. Finalmente se encendió la luz de la sala y la pudo ver con algo de detalle.

Poco le preocupó a la mañana siguiente que el cometa que lo llevaría a la inmortalidad aún no apareciese. Estaba ansioso por ver nuevamente el espectáculo de la ventana. Orientó el eje óptico de su buscador de cometas hacia el edificio de ladrillos a la vista, pero la luz estaba apagada. Tuvo que esperar más de diez minutos hasta que el ventanal del dormitorio se iluminó. Ella se levantó visiblemente apurada. Casi no pasó por la cocina. Joaquín, después de mirarla con atención tras la ventana de la sala, bien podría atestiguar que llevaba ese día una remera roja sin mangas.
Cada mañana iba descubriendo nuevos detalles, y estos detalles iban conformando la imagen de la mujer soñada. No había rasgo, como color de cabello, talle o altura, que no fuera lo que él consideraba como perfecto.
A medida que pasaban los días iba creciendo dentro de él, la idea de conocerla personalmente. El edificio no era difícil de localizar, con su fachada de ladrillos rojos. El piso podría calcularlo y el departamento daba al frente.
Una tarde soleada su bicicleta recorrió como en un laberinto las arboladas calles de Vicente López, hasta que dio con el edificio en el que todas las mañanas recaía su mirada. Observó el portero eléctrico y dejó una carta con su e-mail, para el 7°A.
Tres días después (que le parecieron muchos más) recibió una respuesta, que dio comienzo a un intercambio agradable y fluido de mensajes.
Un punto insoslayable de su correspondencia era explicarle cómo la había conocido. Como no consideró correcto inventar una historia, le confesó que la había descubierto viéndola a través de su telescopio. A Camila no le pareció mal, porque tenía que ver con su personalidad. En realidad le resultaba muy interesante este joven aventurero y curioso.
Pero si bien no le molestó su hábito de voyeurismo matinal, no pudo tener el mismo comportamiento al sentirse observada. A partir de esa mañana, después del sistemático rastreo de cometas, Joaquín empezó a ver un espectáculo diferente en la ventana de Camila. La habitación estaba en penumbras y casi toda su ropa se la ponía acostada en la cama, desayunaba lejos de la ventana y su paso por la sala era brevísimo.
Lo que iba en aumento era el intercambio de mails. Ella le escribía largos mensajes donde le relataba sus sueños, lo que le ocurría diariamente en la oficina y lo que le inspiraba la personalidad de su astrónomo. Él en cambio era un poco más escueto, contestaba sus preguntas y relataba algo de lo que le había sucedido en el día.
Tres veces estuvieron por citarse pero los horarios no combinaban, o Joaquín tenía algún compromiso.
Por suerte ese mes Camila cumplía años, y a ella le pareció la ocasión perfecta para conocerlo. El domingo reuniría a algunos parientes y unos pocos amigos a los que les había comentado su nueva relación.
Joaquín era el invitado especial y desde temprano se lo estaba esperando. Tal vez vendría antes que los demás para conocerla. Pero no. Llegó la hora convenida y la casa se empezó a llenar de gente, todos, con mayor o menor discreción, preguntaban por él. La reunión promediaba sin su presencia y Camila entonces pensó que llegaría al final, para quedarse luego a solas con ella.
Cuando la última persona saludó en la puerta, la jóven entendió que no conocería a Joaquín esa noche.

En la madrugada del lunes, el telescopio desarmado se ubicó en el enganche especial de la bicicleta, como todos los días. Lo esperaban las estrellas de la costa del río y, entre ellas, tal vez el esperado cometa.
Pero el joven observador ese día no estaba pensando en el en el huidizo astro fugaz, ni en la fama tan buscada. Tampoco en el.cumpleaños de Camila ni lo que ella pensara de su ausencia. Un sólo tema ocupaba su mente. Quería que se hiciera el momento para enfocar su óptica al departamento donde dos jóvenes, tal vez hermanas, comenzaban su día. Hacía unas semanas que las venía observando con atención en su rutina de levantarse. “Podría pasar por ese departamento y dejarles mi mail”, pensó entusiasmado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

texto interesante, que deja al lector con algo intermedio que no puedo resolver...por qué no fue..
en el desarrollo faltó algo...
saltó de una continuidad a un corte abrupto que desconcierta.
Adriana