jueves, 11 de abril de 2013

Sopa de letras

Tenía un rato para leer, no mucho. Se decidió entonces por la biblioteca de lecturas rápidas. Eso le evitaba tener que elegir autores, títulos, esperar que le trajeran el libro y todo eso que le demandaba tiempo. A veces lo hacía, y cuando empezaba a leer, ya se le había acabado el rato disponible.

Entró y miró hacia los carteles luminosos para ver qué pedir. Los combos eran: autoayuda espiritual + aforismos inspiradores, autoayuda empresaria + decálogo del triunfador, literatura amorosa + frases para memorizar y literatura general + sopa de letras. Le interesó esto último, porque la sopa de letras se la guardaba para el final de su horario de trabajo, que era bastante aburrido.

Tuvo suerte porque por cincuenta centavos más le dieron las soluciones de los crucigramas, para que hiciera la comprobación.

Se sentó en una mesa a leer el texto impreso, estaba interesante, no decía su autor, pero era llevadero hasta el final. Tanto le gustó, que se quedó con ganas de más y se preguntó cómo medirían en esa biblioteca la cantidad de texto que a cada uno le satisface leer.

En su reloj vio la hora de volver a la oficina y recogió sus cosas de la mesa bien iluminada.

Al salir miró nuevamente el impactante cartel de promoción y no pudo menos que preguntarse por qué su sopa de letras parecía un folleto de supermercado, y la del cartel, un tomo de la historia del arte encuadernada en cuero con letras de oro.