domingo, 7 de septiembre de 2008

La señal

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Para mi la fe siempre ha sido lo más importante. Lo que guió mi vida. Por lo menos hasta que sucedió lo que vengo a narrarles.
Dios me concedió el don de la fe, y yo tomé los hábitos para convertirme en su más humilde y fiel servidora. Nada en el mundo tenía más valor que luchar por la gloria y la grandeza de Su nombre.
Mi vida de entrega y oración la desarrollaba en el convento de las Hermanas del Santo Consuelo. Rezaba varias veces al día, pero mi conversación especial con Dios (siempre a través de Su Hijo, como Él nos enseñara) era por la mañana temprano. Le agradecía a Jesús el nuevo día que nos regalaba y porque gracias a su pasión y muerte nos liberó a todos del pecado. Y en particular por todo lo que me había dado a mí, incluyendo esta fe, que es creer en lo que no se ha visto. Yo no necesitaba ver para creer.
A veces, en mi oración matinal además de agradecimientos, incluía pedidos: que ilumine al Sumo Pontífice para que guíe bien a la Iglesia, que dé salud a mis padres por muchos años, que se despierten vocaciones sacerdotales...

Una mañana, no sé si a ustedes les pasa que a la mañana les llegan las ideas más extrañas, una mañana, decía, se me ocurrió pedir que me diera una señal.
- Señor, tu que te apareciste al Apóstol Tomás y le mostraste las llagas de tus manos, dame una señal de que escuchas mis plegarias - le rogué.
No consideraba que fuera excesivo, porque cinco años de hermana, dos de novicia y uno de postulante, bien merecían esa señal. Y todo este tiempo con una dedicación y comportamiento intachables. No como otras hermanas que tenían sus vaivenes, y se interesaban por otras cosas distintas de la oración.
Al tiempo, el pedido de una prueba, como la voz de Dios cuando detuvo la mano de Abraham para que no sacrificara a su hijo Isaac, se me ocurrió incluirla en otros rezos del día. No es que pensara que Cristo no me oiría por la mañana, pero supuse que si repetíamos el avemaría unas doscientas veces al día, debía ser por algo. La repetición algún efecto tendría sobre el Reino de lo Cielos.
Unas semanas después, prácticamente todas mis plegarias consistían en el pedido de esa pequeña prueba.
- Padre, si enviaste a la Virgen de Lourdes a Santa Bernardita, envíamela también y me colmarás de dicha.
Un día, o mejor dicho una noche, sucedió algo que cambiaría todo.

Le había pedido permiso a la Madre Superiora para ir a rezar sola a la capilla después de la cena. Era un aniversario de mi ordenación y pensé en hacer una oración extra de mi pedido. Toda mi vida se la dedicaría al Espíritu Santo, si recibía esa mínima señal.
Estaba sola en el oratorio ocupada en mis menesteres, cuando un temblor sacudió la capilla dejando en un balanceo pendular, cuanto podía tener movimiento. Inmediatamente, una luz fuertísima atravesó uno de los vitrales laterales. Era mi preferido: la imagen del Espíritu Santo haciendo a los Apóstoles hablar en lenguas. Casi simultáneamente pude escuchar una voz ronca y lejana diciendo “cree”.
Como podrán imaginar, quedé fuertemente conmocionada por lo que había vivido, y no pude conciliar el sueño en toda la noche.
A la mañana siguiente pregunté, sin contar nada, si alguien había sentido algo, pero no, ni siquiera el temblor. Tal vez se sintió sólo en la capilla porque es el edificio más alto y está un poco aislado del resto del convento. Ese día me costó mucho concentrarme en las oraciones, mi cabeza estaba en otra cosa. Aproveché entonces la tarde del martes, que es libre, para ir a la biblioteca pública. En crónicas viejas de la ciudad pude comprobar que se registraron movimientos sísmicos en otras épocas y, aunque hacía ochenta años que no ocurría, bien podría repetirse. Esa semana todas mis actividades, incluida la oración, fueron mecánicas, no podía concentrarme en esas pequeñeces. El martes siguiente fui a casa de mis padres y aproveché para hablar por teléfono con una amiga de la secundaria que sabía del tema. Logré que mandara un e-mail a un destacamento militar, cerca de la capital, que tenía instalado el sismógrafo más cercano. La respuesta no fue buena: la semana anterior estuvo fuera de servicio por una modernización de parte del equipo.
Lo de la luz también lo estaba investigando. Para el festejo de los 100 años de la ciudad, hacía tres semanas, la municipalidad había alquilado un par de reflectores gigantes que iluminaban el cielo como en Hollywood. Si aún no se habían devuelto, seguro probando uno de ellos fue que se iluminó el vitral.
Tuve que pedir algunos días más de salida en la semana. Estaba segura que Dios me iba a perdonar, porque tuve que enfermar a algunos parientes.
Un conocido de mi padre trabajaba en la municipalidad y tuvo acceso a los registros en donde figuraba que los reflectores aún no se habían regresado. Pero el jardinero que trabajaba en el convento, y que participó en la organización de los actos del centenario, me dijo que todo se devolvió la misma noche. Averigüé por un ex concejal que a veces se alquilaba equipo por un día haciendo figurar que era por más tiempo, así quedaba plata para la campaña electoral.
Me sentía inútil e incómoda en el convento, todo lo que tenía que investigar estaba allá afuera. Cansada de inventar excusas, que a veces no recordaba o se contradecían, decidí pedir una licencia. Por supuesto que eso no existe para una hermana del Santo Consuelo, pero yo le dejé el aviso escrito a la Madre superiora y me fui.
Me quedaba el tema de la voz, tal vez podría ser un carrero pasando que, con voz ronca como suelen tener, le gritara “arre”, y yo creí escuchar “cree”. Con más razón el grito debió ser fuerte, si había un temblor y el hombre estaba asustado.
Había cuatro vecinos que tenían carro y transitaban por esas calles. Hablé con tres de ellos y no recordaban haber pasado por allí esa noche. El que restaba había viajado a otra ciudad a ver unos parientes y volvía en unos días.
Ya había conseguido datos de otro sismógrafo y de una entidad internacional a donde se informaba toda novedad de actividad sísmica. No tenía las direcciones electrónicas, pero al primero podría ir, eran sólo cinco horas de ómnibus, y al segundo le enviaría el pedido por correo tradicional.
Tuve que dejar de usar los hábitos porque no me resultaban cómodos para investigar y hacer preguntas.

Hoy regresa el dueño del carro que estoy esperando. Después de hablar con él, viajo a la capital a ver una discoteca que alquiló los reflectores inmediatamente después que nuestra municipalidad, para saber qué día les llegaron. En cuanto al sismógrafo, como es una estación automática, tengo que esperar al jueves que es el día de mantenimiento.
Como ven, no me está resultando fácil la investigación, pero creo que ya estoy cerca de comprobar el origen real de los hechos.
Cuando termine volveré tranquila a mi vida de fe y oración. Porque para mi tener fe es creer en lo que no se ha visto.

martes, 2 de septiembre de 2008