domingo, 19 de agosto de 2007

Un regalito para los ojos

El Beso (parte 1)

Quién sabe por qué ocurren ciertas cosas. Si la vida fuera lineal, sencilla, si todo fuera lógico, pasaría sólo lo que debe pasar, y nada más.
Durante los últimos meses estuve particularmente ocupada, desde que a la idea de casarnos se le puso día y hora. Entonces mis tareas se multiplicaron, de una lista original de lo que había por hacer: invitaciones, buscar salón, servicio, vestido, etc., empezaron a abrirse flechitas hasta el infinito.
Por suerte me lo tomaba con calma. Estaba segura que de última las cosas saldrían, mejor o peor, y en tres meses sería la esposa de Martín.
A veces me parecía que casarse era sólo una convención, firmar un papel. Pero otras entreveía que mi vida cambiaría profundamente. La pregunta que infaltablemente me hacía todos los días era: ¿estoy realmente enamorada? Sí, lo quería. Pero había días en que la respuesta no resultaba tan contundente, para esas veces se me había ocurrido un recurso. Consistía en hacer una lista de lo que deseaba de un hombre: que sea trabajador y tenga futuro, que tenga buenos modos, que sea prolijo, que sepa escuchar y que me ame. Todo eso Martín lo cumplía y más. Entonces me quedaba tranquila y pensaba en otras cosas, por ejemplo, cómo sería la vida de casada. Una casa requiere de muchas tareas que no estaba segura de dominar.
Aún no convivíamos, estabamos refaccionando el PH que adquirimos y la idea era que estuviera listo para la vuelta de la luna de miel. Pensábamos casarnos y después habitarlo, al estilo de nuestros padres, pero más porque las cosas se dieron así que por convicción. En algún momento se me cruzó por la mente que ambos deseabamos complacer a nuestros padres, podría ser.
De estas cosas conversaba a veces con mi amigo Miguel. Él le decía que Martín y yo hacíamos una linda pareja y, cuando le hablaba de mis inseguridades, respondía que siempre surgen dudas antes de concretar algo realmente importante.
- Adriana, si no tuvieras dudas antes de dar un paso así, serías irresponsable – me decía.
Pensaba entonces que Miguel era muy generoso, porque en ralidad no simpatizaba mucho con Martín. Y Martín le correspondía con el mismo sentimiento y era duro al momento de juzgarlo, decía entre otras cosas, que era homosexual.
Miguel me apreciaba de corazón. Me contaba todo lo que pasaba por su vida, en especial las diferencias que tenía con su madre, una mujer dominante que no aceptaba que su hijo ya era adulto. Lo conocía de la primaria y aunque luego no seguimos en la misma escuela, seguimos siendo amigos y nos hablábamos por teléfono al menos una vez a la semana.
Justo un mes antes de la fecha del civil, Clara, Cyntia y Andrea me hicieron saber que pensaban organizarme una despedida en el Golden.
- Gracias chicas, pero no quiero ir a ningún espectáculo de strippers.
- No puede ser que te cases con tu primer novio y no conozcas algo más, aunque sea en un aspectáculo - dijo Clara.
- No necesito conocer a nadie. Quiero a Martín y no lo comparo.
Pero mis amigas insistían. Decían que casarse con el primer novio tenía sus cosas buenas, pero que si pensaba vivir toda la vida con él, me quedaban sólo estos días para, al menos, pasar una noche con otro hombre. A mi este razonamiento me parecía traído de los pelos.
- No me interesa conocer a otro hombre. Y tener sexo con un hombre no es necesariamente conocerlo. ¿Por qué no me hacen una despedida normal en un lugar tranquilo?
Pero mis amigas insistían. Proponían ir a un boliche que disponía de unos reservados como para tener intimidad sin salir del lugar. Yo había escuchado de despedidas de solteras en las que había pasado de todo y buscaba la manera de contentar a mis amigas al menor costo posible.
- Si con eso están tranquilas, me ofrezco a darle un beso, sólo un beso, al muchacho que ustedes quieran, pero vamos a una confitería normal, iluminada y sin cosas raras.
Cyntia y Carla se miraron, cruzaron unas palabras con Andrea y aceptaron la oferta.
- El sábado a las once de la noche en la confitería “Submarino Amarillo” de Palermo Hollywood, ¿está bién?- concretó Cyntia.
- Nos encontramos allí – le dije, aliviada de haber superado el trance con una oferta mínima.
¿Cómo harán para convencer a alguno de otra mesa para que acepte besarme? Debe ser que conocen a alguien, el mozo tal vez. En una de esas el sábado va otro mozo y la prenda se da por hecha sin cumplirla.
La semana me pasó volando resolviendo detalles de la boda y relajada porque la despedida venía sin sorpresas.

Cuando llegué a la confitería estaban todas esperándome. Tal vez las demás se citaron un rato antes. Además de Clara, Andrea y Cyntia, había veinte chicas más. Me emocioné mucho al reencontrarme con compañeras de la secundaria, con mis primas y amigas que hacía tiempo no veía. Evidentemente Clara había tomado en secreto datos de mi agenda para convocarlas. Todas me preguntaban detalles de la boda y el viaje de luna de miel, me sentía como una actríz en la premiere de su mejor película.
Pasamos casi dos horas riéndonos, contando historias y actualizándonos de nuestras vidas. Luego sucedió algo inesperado. Estaba distraída mirando hacia la puerta cuando veo aparecer entre la gente a Miguel. Pensé que estaría allí de casualidad, pero lo vi acercarse directamente mi mesa. Estaba muy elegante. Clara también lo vió.
- ¡Atención! ¡Atención, chicas! – dijo Clara- llega el momento más importante de la noche.
Miguel saludó a toda la mesa incluyéndome, yo no entendí inmediatamente qué pasaba.
Clara empezó a explicar lo que sucede cuando una mujer se casa, en un monólogo bastante cómico que seguramente había preparado y luego memorizado. Todos se rieron mucho, menos yo que presentía el final.
Y por eso hoy Adriana – concluyó- aceptó cumplir una prenda: va a darle un beso a otro hombre. ¡Adelante Miguel y Adriana!
Finalmente había llegado lo que temía ¡Pero con Miguel! Eso no estaba en mis planes. Tampoco podía echarme atrás porque yo lo había propuesto.
CONTINUARÁ